miércoles, 7 de enero de 2009

LA BRUJA

A propósito de nuestro meztizaje cultural.
LA BRUJA

Dioses
Ya no están alejados ni pueden pretender
Ser unos más que otros,
Ni ostentar superior adoración, ninguno.

Allá, en alejado y concurrido domicilio,
En una florecida habitación,
Los ha convocado la Sibila.

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F.B.L.
A nosotros los ¿escritores? melómanos, que no melosos, la música nos ayuda y con ello nos compromete a expresar nuestros sentimientos o ideas, de acuerdo con lo que nos dice la parte musical o la letra de la melodía. Para el caso que nos ocupa y de acuerdo con el título del texto, se escuchaban en el ambiente los acordes magistrales de ese gran acordeonero Lisandro Meza, cantando la conocida canción Los tripletutas en la que se queja, con mucha razón y a viva voz, del daño que le hace la piratería a la industria sonora y de no ser porque terminó, mi mente se hubiera ido por los vericuetos de ese gran negocio ilícito contra el que las autoridades poco hacen y al que nosotros alimentamos con la compra de discos de mala calidad. Sin embargo, después de escuchar la siguiente pieza musical, los arpegios ululantes de una organeta y los redobles de una batería, con un sonido misterioso, me metieron en el mundo de la brujería, descrito por esa otra gran institución musical como lo es la Sonora Dinamita y de ahí en adelante me puse a pensar al respecto.



En aquella, el cantante hace una exposición sencilla y medieval de las brujas y de todo aquello que es inherente a ellas como son sus costumbres, caminos y ritos para atraparlas o neutralizarlas, como dirían los integrantes de un bloque de búsqueda. Y lo hace de una manera tan vívida ayudado por las trompetas, bajos y demás instrumentos de la orquesta, que mi imaginación se pobló de atardeceres grises, lluviosos y amenizados con truenos e iluminados por relámpagos y rayos, a cuya luz veía las siluetas oscuras en las que podía distinguir, además de la escoba en la que cabalgaban, sus sombreros de pico torcido y hebilla de cobre, como también su nariz ganchuda coronada por una verruga gigante. No faltaba, igualmente, el gato negro cual loro en su hombro y el murciélago cómplice que siempre las acompaña, con su errático vuelo, en sus viajes hacia lo intrincado del bosque dónde, en compañía del macho cabrío, realizarán el aquelarre con sacrificios a bordo y más truenos y rayos hasta la salida del sol, enemigo natural de la noche, de sus habitantes y de sus maléficas obras. Terminado y escuchado, dos o más veces, por su ritmo contagioso y mi gusto por la música de fiesta, me puse a pensar que ya no existe la Margarita o la Juana Montes que nombran en la letra de la canción y que encarnan a la vieja que nos amenazaba desde la cartilla, en la parte de la combinación bra, bre, bri, bro y bru de BRUJA.

Ésta ya no vive en los arrabales, que ahora llaman extramuros de la ciudad, sino en lugares especiales como barrios de clase media o alta, de acuerdo con la categoría y eficiencia, y cuando se desplazan por necesidades de su oficio de una a otra población, se hospedan en los mejores hoteles y en éstos en la “suite presidencial”. Su presencia, especialidad o poder ya no es cosa de transmisión oral, por debajo de cuerda, sino de propaganda en las emisoras o canales locales de televisión en horarios muy bien concertados. Y no crean que al hablar de especialidad lo diga gratuitamente. ¡No! Lo digo seriamente, pues escogen muy bien su modus operandi.

Para ello se valen de lo habido y por haber o de lo comido, bebido, soñado, fumado, vestido o puesto; leen las líneas de la mano los Quirománticos, el concho o cuncho del café y últimamente del chocolate, la ceniza del tabaco, del cigarrillo o del cachito, los sueños o pesadillas, el huevo serenado en agua de coco y con ello predicen el futuro, el presente y el pasado de sus clientes; utilizan las cartas de toda clase de barajas en la cartomancia y algunos son tarotistas por usar las del tarot; se valen de los números y a estos los llaman numerólogos y a su ciencia numerología; los dados hechos con huesos de finado o los huesitos de las manos de éstos sirven para echar la suerte y si se trata de hacer bienes o males se usan yerbas en tomas, emplastos y menjurjes; prendas que cubren o mejor, que descubren partes íntimas y no tan íntimas; crespos de las partes nobles y de otras no tanto; raspaduras de cayos y de las uñas del dedo gordo del pié; secreciones extraídas,- voluntaria, involuntaria, placentera, dolorosa, manual, oral o mecánicamente-, de todas las glándulas del cuerpo ya sean grandes, pequeñas, redondas o largas.


Con la globalización sus medios adivinatorios, condenatorios, salvatorios y curatorios se han ampliado e internacionalizado, al igual que su parafernalia y recorren,- éstos modernos representantes de los antiguos alquimistas, astrólogos, cabalistas, sibilas o chamanes-, las avenidas del espacio virtual o aparecen en las pantallas, en gran profusión, envueltos en llamativas y enormes capas tachonadas de brillantes piedras, con la cabeza cubierta por grandes tocados al estilo genio de las Mil y una noches y con sus orejas y dedos, de manos y pies, adornados con aretes, anillos y tornillos de todos los tamaños y materiales. El escenario,- set o estudio en la jerga mediática, si así se puede decir-, en el que orientan a sus crédulos seguidores, desde un enorme trono, está diseñado con cielos estrellados en los que se destacan los arcanos, no alcanos que son de química, las casas y los signos del Zodiaco,- para la elaboración del horóscopo personal de 50, 60 o más millones de personas que nacieron en la misma fecha y hora-, representados en las diversas versiones según las diferentes culturas; las varitas mágicas o cetros son remplazados por grandes y artísticos báculos y aunque de relleno aparezcan una gran cantidad de tubos, retortas, esqueletos, mapas corporales-como el del hombre de Vitruvio de Da Vinci- representando el macro y microcosmos, tetragramatones gnósticos y demás símbolos de todas las creencias y tiempos, ubicada en un sitio estratégico está la bola de cristal que no puede faltar.

Sin embargo pervive el brujo o la bruja de pueblo o barrio que se encarga, en algunas ocasiones, de labores propias de cualquier celestina como organizar parejas, reconstruir virgos, interrumpir embarazos sospechosos, hacer dormir a los trasnochadores o procurar, a la esposa ansiosa, la tierra de cementerio para que su marido deje de echarse las polas todos los fines de semana y de paso, como buen mago, echarse los polvitos de la madre celestina que unos pasan por debajo y otros pasan por encima. A éstas acuden muchos colegas a los que les recomiendo, con mucha sinceridad, que cambien de canal y escuchen al Profesor Sutatán, el que bendice el gallo chiquito para problemas chiquitos, el gallo mediano para problemas medianos y el gallo grande para problemas grandes.


Fernando Bedoya Londoño, Florencia agosto de 2005.

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